El elocuente grito de alarma de Antoine Augustin, ministro de Educación Nacional, resuena como un eco funesto: «Lekòl nan peyi a kraze» (“La escuela en el país está destruida”).
Esta declaración contundente pone en evidencia el colapso del sistema educativo haitiano, pero plantea una pregunta crucial: ¿por qué esta confesión no va acompañada de una renuncia inmediata?
Al permanecer en el cargo, Antoine Augustin encarna una contradicción alarmante. Su presencia al frente de un ministerio que él mismo considera arruinado es una ofensa a la lógica.
¿Está guiado por un sentido distorsionado del deber o por una lealtad ciega a un poder en decadencia?
En un país donde la educación se ha convertido en una cáscara vacía, su obstinación por mantenerse en el puesto roza lo inaceptable.
Permanecer es avalar un sistema en declive y convertirse en el guardián de un cementerio educativo.
Ha llegado el momento de que la renuncia de Antoine Augustin sea el primer acto salvador de un renacimiento necesario.
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