Sólo faltan 311 días para las elecciones presidenciales en Haití, previstas para el 7 de febrero de 2026. Un plazo que, lejos de ser una mera formalidad del calendario, simboliza la última oportunidad del país para recuperar la estabilidad democrática.
La advertencia lanzada por el embajador estadounidense Dennis B. Sin un plan creíble y una unidad renovada, Haití corre el riesgo de hundirse aún más en el caos. El Consejo Presidencial de Transición (CPT), que se supone que encarna la esperanza de una transición pacífica, atraviesa una crisis de legitimidad. Los conflictos internos y los intereses partidistas», denunciados por Hankins, han paralizado sus ambiciones iniciales.
Sin embargo, todo había empezado con buenos auspicios: el pasado abril, el acuerdo del 3 de abril había dado lugar a un impulso de colaboración entre las fuerzas políticas y sociales. Pero las divisiones, alimentadas por cálculos electorales y rivalidades de poder, erosionaron rápidamente este impulso.
Como resultado, las instituciones democráticas, ya debilitadas por años de crisis, luchan por reconstruirse. Esta parálisis no carece de consecuencias.
Cada día que se desperdicia en luchas intestinas aleja un poco más la perspectiva de unas elecciones libres y justas. Sin elecciones legítimas, ¿cómo podremos restablecer la confianza de una población agotada por la inseguridad, la corrupción y un Estado fallido?
El riesgo es doble: ver una transición sin horizonte o, peor aún, un vacío de poder favorable a los grupos armados. La transición haitiana sólo podrá tener éxito si los actores políticos aceptan mirar más allá de sus intereses inmediatos.
Esto implica compromisos dolorosos, mayor transparencia en la gobernanza y, sobre todo, una hoja de ruta clara con mecanismos de supervisión independientes. En esta coyuntura crítica, Haití ya no puede permitirse el lujo del tiempo.
Los líderes de la CPT deben elegir: seguir prisioneros de sus rivalidades o encarnar la audacia necesaria para escribir un nuevo capítulo.
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