Artibonite en sangre: la Oficina del Primer Ministro prefiere el teatro político
La sangre volvió a correr este sábado en L’Estère, en un departamento de Artibonite que se ha convertido en el sombrío símbolo del colapso de la seguridad en el país.
La masacre perpetrada por los bandidos del grupo “Kokorat san ras” en Kapenyen, que dejó más de siete víctimas, no es un simple hecho trágico. Es un síntoma de una gangrena que corroe a la nación, una prueba contundente del terror cotidiano impuesto a una población abandonada a su suerte.
Una población tomada como rehén, un Estado ausente
La constatación, repetida hasta el hastío, no deja de ser una verdad evidente: los ciudadanos de Artibonite viven como rehenes. El miedo es su realidad diaria.
Los mismos criminales que se atrevieron a reducir a cenizas la comisaría de Marchand Dessalines —símbolo mismo de la autoridad del Estado— continúan su marcha destructiva con total impunidad.
El silencio del poder: una traición
Frente a este descenso a los infiernos, el silencio y la inacción de las autoridades son más que una traición.
Es absolutamente intolerable ver al Primer Ministro de facto, recién regresado, complacerse en montajes políticos y apariciones públicas calculadas, mientras Artibonite se asfixia bajo el yugo de la violencia.
Esta brecha abismal entre las prioridades exhibidas por el poder y la realidad vivida por los habitantes de Artibonite es un insulto a su sufrimiento.
Un mutismo que condena
La invasión de las ciudades de Lachapelle y Marchand Dessalines por bandas armadas no ha generado ninguna reacción oficial digna de ese nombre. Este mutismo es la confesión escalofriante de la impotencia, o incluso de la indiferencia, de instituciones en decadencia, obsesionadas con luchas internas por el poder mientras el país arde.
Se impone una respuesta urgente
La situación exige una acción firme, inmediata y coordinada. Cada hora de inacción cuesta vidas. Cada día de vacilaciones fortalece a los verdugos y hunde aún más a los habitantes en la desesperación.
El Estado tiene el deber sagrado de proteger a sus ciudadanos.
Recuperar el control, impartir justicia
Es imperativo que las fuerzas del orden, equipadas con los recursos necesarios y una voluntad política inquebrantable, recuperen el control de estos territorios entregados a la anarquía.
La justicia debe perseguir y castigar a los autores de estos crímenes atroces.
La población de Artibonite, y más allá, todos los haitianos, tienen el derecho fundamental de vivir en seguridad. El Estado debe despertar.
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