La llegada del nuevo embajador estadounidense a Haití, Henry T. Wooster, este 14 de junio de 2025, no pasará desapercibida. Sus pantalones militares, usados deliberadamente, son mucho más que un detalle de vestimenta. Es un símbolo poderoso, un mensaje claro dirigido a un país sumido en un caos mortal.
Esta elección visual resalta con fuerza la trayectoria del hombre –un exmilitar experimentado en terrenos complejos como Irak, Pakistán, Georgia y el propio Haití– y se alinea perfectamente con la prioridad declarada por la embajada: “El restablecimiento de la estabilidad será su prioridad”.
Este perfil y el anuncio simultáneo de un “enfoque pangubernamental” estadounidense sugieren, sin duda, una implicación potencialmente más contundente y centrada en la seguridad por parte de Washington en la crisis haitiana.
La calificación recurrente de las pandillas armadas como “terroristas” por parte de los funcionarios estadounidenses apunta en esa dirección. Esta orientación, aunque responde a una urgencia de seguridad evidente, plantea interrogantes legítimos sobre la futura política estadounidense:
¿Cuál será la naturaleza exacta de este “enfoque pangubernamental”? ¿Se trata principalmente de un refuerzo del apoyo logístico y de inteligencia a la Policía Nacional Haitiana (PNH), o presagia compromisos más directos, menos visibles, en la lucha contra las pandillas? Esta focalización en la seguridad, por necesaria que sea, ¿será suficiente? ¿Podrá abordar las raíces profundas de la crisis: el colapso del Estado, la corrupción endémica, la pobreza extrema y la desesperación que alimentan las filas de las pandillas?
La designación de Wooster también recuerda, de manera involuntaria, la amargura legítima del pueblo haitiano ante la falta de apoyo tangible por parte de sus “amigos” internacionales.
Los discursos de solidaridad y las condenas repetidas de la violencia quedan en letra muerta mientras no se combata seriamente el origen extranjero de la inmensa mayoría de las armas que devastan el país.
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