El Consejo Presidencial de Transición (CPT) es un fracaso evidente. A ocho meses de su fin previsto, encarna la impotencia y el desperdicio de una oportunidad histórica.
Paralizado por divisiones internas, luchas de poder y la ausencia de una visión compartida, no ha logrado estabilizar el país, preparar elecciones creíbles ni restablecer el orden. La población solo ve una coexistencia estéril de intereses divergentes, incapaz de servir a la nación. Sus promesas han quedado vacías y sus resultados son inexistentes.
Por lo tanto, es imperativo que su mandato termine como está previsto, sin extensiones ilusorias. Esta disolución debe marcar el fin de un capítulo doloroso. Pero, sobre todo, debe abrir el camino a un nuevo comienzo radicalmente diferente: un proceso inclusivo que involucre a la sociedad civil y las fuerzas vivas de las regiones, definiendo urgentemente los pasos clave (seguridad, elecciones, crisis humanitaria) con transparencia y un compromiso de superar las divisiones personales.
El declive del CPT es trágico; su disolución es una oportunidad solo si conduce inmediatamente a esta refundación.
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