El asesinato del presidente Jovenel Moïse (2021) puso de manifiesto el hundimiento de Haití, víctima de élites depredadoras y de injerencias extranjeras.
El poder está monopolizado por una minoría mulata y extranjera, que manipula las bandas y las elecciones para mantener el control.
Jovenel Moïse, apoyado por estos oligarcas, fue eliminado en cuanto se convirtió en una molestia.
Figuras de la élite económica, vinculadas al tráfico de armas y a golpes de Estado, simbolizan este sistema mafioso.
La revolución de 1804 fue traicionada: las viejas élites restablecieron la dominación económica y racial, reforzadas por la deuda impuesta por Francia y la ocupación estadounidense (1915).
Hoy, el pueblo haitiano, aplastado pero resistente, espera un respiro.
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La comunidad internacional debe dejar de apoyar a gobiernos ilegítimos.
Sin cambios, una revuelta amenaza con derrocar todo el orden.
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